Fue entre sollozos que Maryam Namazie, una marxista iraní en el exilio, subió a la tribuna para leer un mensaje de apoyo a los kurdos de Siria: « Todos somos Kobané« .
El pasado fin de semana [11-12 de octubre], en Londres, Namazie organizaba, junto con la argelina Marieme Helie Lucas y otros activistas, un coloquio que reunía a la flor y nata de la resistencia a los integrismos. Una sala llena de héroes de los que apenas se oirá hablar, porque nunca han matado ni han decapitado a nadie. Sin embargo, resisten al totalitarismo de este siglo, con frecuencia jugándose la vida. Espíritus libres, a veces ateos pero no siempre, que vienen de Pakistán o de Bangladesh, de Afganistán o de Siria, de la India, de Estados Unidos, de Marruecos, de Túnez y por supuesto, muchos de Irán y de Argelia.
Todos creían haber dejado atrás el integrismo al refugiarse en Inglaterra, en la India o en Europa. Todos explicaron cómo esta plaga les había perseguido hasta el corazón de sus refugios, gangrenados por la confusión racista y tolerancia hacia el integrismo, en nombre del multiculturalismo.
Confusiones en nombre del multiculturalismo
Esto es particularmente cierto en Inglaterra, donde nunca se han llegado a romper los vínculos entre el Estado y la religión anglicana, y donde los políticos intentan compensar esta ventaja de la Iglesia anglicana mediante la concesión de derechos particulares a las demás comunidades religiosas. Como el derecho a los arbitrajes familiares ejercidos por tribunales basados en la sharia: una mujer musulmana que no conozca bien sus derechos puede acabar dependiendo de un imán integrista para divorciarse o saber qué hacer en caso de violencias conyugales. Es para batirse contra esta segregación en nombre de la religión que diversos laicos ingleses, muchos de origen iraní, han creado la asociación « One law for all » (Una sola ley para todos). Otros combaten los llamados « accommodements raisonnables » (encajes o acomodos razonables) en la ley común en Canadá: Homa Arjomand, presente en el coloquio, ha evitado el reconocimiento legal de los tribunales basados en la sharia en Ontario. Una victoria entre otras, para que se deje de tolerar el integrismo en nombre de una visión exótica de las culturas y las identidades.
Contra todos los integrismos
El coloquio no trataba exclusivamente sobre el integrismo musulmán; se abordó igualmente los integrismos judío y cristiano. Se pudo escuchar el emotivo relato de Sue Cox, fundadora de una asociación para dar visibilidad a las víctimas de pederastia a manos de miembros del clero. O el de un sociólogo muy crítico sobre el papel jugado por el integrismo judío en la radicalización del conflicto israelo-palestino.
También se pudo asistir a una intervención hilarante de un profesor de filosofía de la Universidad de Oxford, A. C. Grayling, sobre ciertas creencias y supersticiones heredadas del monoteísmo. Todo ello, bajo severas medidas de seguridad. En Europa, en 2014, sigue siendo peligroso reírse de la religión, defender los derechos de las mujeres, el derecho a la blasfemia o el ateísmo. Y aunque diversos ponentes insistieron, con razón, en que la laicidad no equivale al ateísmo sino al derecho a creer y a no creer, este balón de oxígeno nos recuerda hasta qué punto vivimos en un mundo ahogado, temeroso de faltar al respeto a las religiones. Frente a este temor, numerosos ponentes de todos los continentes ratificaron su rechazo a toda xenofobia, pero también su insistencia en poder respirar de nuevo libremente, en un mundo más laico.
Un ideal laico sin fronteras
Se dice con frecuencia que el modelo laico no es exportable; que no es conveniente hablar de Pakistán o de Irán. Pero aquí no se trata de importar o exportar un modelo u otro, sino de compartir un ideal. Los que piensan que un ideal tiene fronteras deberían haber asistido a estos dos días de coloquio. Una decena de relatos convergían todos, de forma universal, en la misma reivindicación: la de vivir en una sociedad donde el Estado esté separado de la religión. Una conclusión vital, visceral, suplicante, a la que llegan todos los que han vivido bajo el yugo de regímenes teocráticos, y han acabado por huir. O bien luchan en este mismo momento para que esa separación entre Estado y religión no sea desmantelada, como la brillante diputada turca Safak Pavey.
El coloquio concluyó con un Manifiesto por la laicidad, firmado por resistentes del mundo entero, que exigen la separación completa de Estado y religiones, la libertad de creer y de no creer, el derecho a la blasfemia y la igualdad entre hombres y mujeres; en todos los lugares donde los seres humanos aspiran a la dignidad y a la libertad. Es decir, en todos los continentes, en todas las religiones. Mal que les pese a los adeptos al exotismo y a los partidarios de un Derecho separado, distinto para cada cultura.
Un contagio integrista muy político
Hay que escuchar estos relatos para tomar conciencia de la velocidad a la que una sociedad más bien secularizada en un principio puede acartonarse y volverse integrista.
Los independentistas argelinos habían imaginado una Constitución laica, antes de que los autócratas del FLN monopolizaran el Estado en su provecho y jugaran con el fuego de la « religión oficial » para consolidar su poder. En El Cairo, en tiempos de Nasser, las mujeres vestían en manga corta y se desplazaban libremente. La mera idea de imponerles el velo, como exigía el guía de los Hermanos Musulmanos, causaba hilaridad.
En Irán, Jomeini había jurado que jamás impondría el velo, antes de cambiar de opinión tan pronto como alcanzó el poder merced a una alianza anti-imperialista entre integristas religiosos y marxistas contra el Shah. Hay que ver las multitudes de mujeres libres, con el pelo suelto, manifestándose en la calle para protestar contra el velo cuando éste fue finalmente impuesto. Las imágenes, impresionantes, han sido borradas de nuestra memoria, sustituidas por las imágenes que nos llegan de hoy: las calles de Teherán inundadas de velos negros. Un documental de Lila Ghobady –« Forbidden Sun Dance », del cual se proyectaron algunos extractos en el coloquio- nos permite volver a ellas. Ghobady tuvo que huir de Irán recientemente a causa de este documental, en el que entrevistaba a bailarines y coreógrafos: algunos de ellos habían participado en la revolución de 1979, antes de perder sus puestos de profesores de danza justo después de su triunfo.
El fanatismo prende rápidamente, más rápido de lo que parece
El caso de Bangladesh es muy ilustrativo. Se trata de un país que consiguió su independencia de Pakistán en 1971, motivada en la existencia de una lengua distinta, el bengalí. Al principio, los independentistas bengalíes soñaban con un país laico. La Constitución así lo preveía. Pero enseguida, los militares tomaron el poder, impusieron un régimen autoritario y se sirvieron de la religión para legitimar su poder. A partir de entonces, el país se deslizó hacia el integrismo. Años más tarde, individuos radicalizados se creyeron legitimados para perseguir a espíritus libres como la escritora Taslima Nasrin, presente en el coloquio de Londres, simplemente porque ésta se había atrevido a defender las minorías religiosas hinduistas o a criticar el islam.
Los « mártires » de la laicidad
Los dos días de coloquio sirvieron para recordar una evidencia muy sencilla: la laicidad es la mejor protección para las minorías religiosas.
Lo recordó Pervez Hoodboy, un científico pakistaní. Evocaba el asesinato de su vecino, un profesor ahmadi, perteneciente a esa minoría musulmana perseguida por los suníes en Pakistán. Un día lo encontraron, con su hija, ensangrentado y gravemente herido en el portal de su casa. Murió durante su translado al hospital. Cuando lo enterraron, ninguno de sus colegas, todos ellos eminentes intelectuales, acudieron a la ceremonia. Simplemente porque era ahmadi.
Kamira Bennoune, una profesora de Derecho norteamericana, de origen argelino, nos mostó los rostros que habíamos olvidados, asesinados por fanáticos integristas en las calles de Argel, de El Cairo, y más recientemente de Iraq. Simplemente porque eran artistas, ateos, pertenecientes a una minoría o vestían de forma inapropiada, según los cánones integristas. Bennoune pedía que los medios de comunicación hablaran también de ellos, y no sólo de sus asesinos. El coloquio rindió así homenaje a Raad al Azzawi, ese periodista iraquí asesinado por haber rechazado colaborar con los hombres de ISIS… y que siempre será menos conocido que Bin Laden.
Por una vez, es a ellos, los resistentes, y no a sus verdugos, que esta crónica está dedicada.
Caroline Fourest
[Artículo traducido por Juan Antonio Cordero Fuertes, publicado en la versión francesa de The Huffington Post y reproducido en CRÓNICA GLOBAL con autorización]